Arlequines y Cortesanos
José Antonio Meade ha demostrado un nuevo rostro, más asertivo y mejorando sus reflejos retóricos. El propio candidato presidencial del PRI aceptó que se encuentra en la curva de aprendizaje de ser candidato. Jamás había participado en política partidista y mucho menos había forjado sus capacidades orales en un templete.
El golpe de timón que resultó la salida de Enrique Ochoa significó además una reconfiguración en su estrategia para forjar un mejor resultado durante el segundo debate.
En los días previos al primer encuentro entre aspirantes presidenciables su preparación consistió en revisar el contenido de tarjetas informativas en donde se sintetizaban los puntos de la agenda de Meade que querían sembrarse entre el electorado y analizar las declaraciones públicas que los otros candidatos ya habían realizado para establecer contrastes.
En esa “Mesa de las tarjetas” participaron Francisco Guerrero Aguirre, Aurelio Nuño, Alejandra Sota y Enrique Ochoa.
En perspectiva, el primer debate fue programado como si Meade fuera a presentar un examen profesional, con ideas articuladas y propuestas precisas pero alejado de la rijosidad natural de una competencia electoral. En ese encuentro realizado en el Palacio de Minería, se notó que el candidato Meade no se encontraba preparado para hacer réplicas enérgicas.
Con el arribo de René Juárez Cisneros a la Presidencia del PRI, se recuperaron los modos de la escuela de debate político que se habían perdido. Por esta razón, independientemente del juego de tarjetas informativas y su procesamiento, existieron dos ensayos en donde José Antonio Meade se fogueó durante horas contra dos sparrings que hicieron el papel de Andrés Manuel y el de Ricardo Anaya.
En el psicodrama del segundo debate, hubo dos personas designadas para realizar la personificación de los principales oponentes de Meade. Estas dos personas tuvieron su propio staff para preparar sus “debate teatral”, analizaron a profundidad desde entrevistas, gestos y muletillas, hasta desentrañar plataformas políticas de los detractores de Meade.
Estos hábiles actores tenían la consigna de defender el estilo de cada uno de los personajes que representaban y además tenían la obligación de hacerle auténticamente al “abogado del diablo” y enfrentar sin piedad a Meade con las objeciones y ataques que podrían sucederle al candidato del PRI.
En la representación del debate había “tiempos fuera” para sugerir los contragolpes finos hasta encontrar la mejor reacción posible ante cualquier descalificación.

Por ello tuvo mejores resultados en el segundo debate, porque era el que más dominó el contenido temático y porque supo colocar golpes de precisión.
En el cuartel general de Meade quieren promover como ganadores del Oscar como mejores actores de soporte a José Ramón Martel (dinosaurio de la generación de AMLO) y Paul Ospital (bueno para debatir y curiosamente también es un millenial queretáno).
